Cuando una chica es más guapa que otra, empiezan los problemas
Lucía y Andrea salen de casa una tarde de verano.
Las dos llevan vestidos cortos, una de flores, y otra de lunares.
Lucía y Andrea se compraron esos vestidos en la misma tienda hace tan sólo unas horas.
Las dos son impacientes.
A las dos les gusta ponerse en seguida lo que se compran y salir a pasear con la nueva prenda para sentirse bonitas y poderosas.
Lucía y Andrea tienen la misma talla, y a veces, incluso, se intercambian las prendas.
A Lucía le gusta mucho ponerse la ropa de Andrea.
A Andrea no le hace tanta ilusión.
De hecho, Andrea suele sentir celos de cómo le quedan los vestidos a Lucía.
“¿Cómo es posible que a ella le queden mejor que a mí, si yo soy mucho más joven?”, piensa.
“¿Por qué ella se ve más bonita que yo la mayoría de las veces?”, solloza.
“¿Qué puedo hacer para ser como Lucía, o mejor que ella?”, se lamenta.
Pero ahora Lucía y Andrea pasean por el centro de la ciudad, de camino a alguna terraza donde tomarán una horchata.
A cada paso, Andrea se fija en las miradas de los hombres.
Miran a Lucía, por supuesto.
Le miran las piernas y le miran las tetas, y Andrea siente vergüenza de que eso ocurra.
Cuando al fin llegan a una terraza, Lucía se mete al bar para saludar a unos amigos, y Andrea se queda sentada, esperando bajo el sol.
De pronto un chico muy joven y muy guapo se acerca a ella y esboza una sonrisa.
—¿Oye, preciosa, luego me presentarías a tu amiga?
Andrea resopla porque no se cree que esto le esté pasando otra vez.
Y mirando para otro lado refunfuña:
—Es mi madre, no mi amiga.
Las dos llevan vestidos cortos, una de flores, y otra de lunares.
Lucía y Andrea se compraron esos vestidos en la misma tienda hace tan sólo unas horas.
Las dos son impacientes.
A las dos les gusta ponerse en seguida lo que se compran y salir a pasear con la nueva prenda para sentirse bonitas y poderosas.
Lucía y Andrea tienen la misma talla, y a veces, incluso, se intercambian las prendas.
A Lucía le gusta mucho ponerse la ropa de Andrea.
A Andrea no le hace tanta ilusión.
De hecho, Andrea suele sentir celos de cómo le quedan los vestidos a Lucía.
“¿Cómo es posible que a ella le queden mejor que a mí, si yo soy mucho más joven?”, piensa.
“¿Por qué ella se ve más bonita que yo la mayoría de las veces?”, solloza.
“¿Qué puedo hacer para ser como Lucía, o mejor que ella?”, se lamenta.
Pero ahora Lucía y Andrea pasean por el centro de la ciudad, de camino a alguna terraza donde tomarán una horchata.
A cada paso, Andrea se fija en las miradas de los hombres.
Miran a Lucía, por supuesto.
Le miran las piernas y le miran las tetas, y Andrea siente vergüenza de que eso ocurra.
Cuando al fin llegan a una terraza, Lucía se mete al bar para saludar a unos amigos, y Andrea se queda sentada, esperando bajo el sol.
De pronto un chico muy joven y muy guapo se acerca a ella y esboza una sonrisa.
—¿Oye, preciosa, luego me presentarías a tu amiga?
Andrea resopla porque no se cree que esto le esté pasando otra vez.
Y mirando para otro lado refunfuña:
—Es mi madre, no mi amiga.